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La historia de Jessie

Me llamo Jessie y esta es mi historia: 

Al terminar la escuela, empecé a trabajar en una fábrica de productos químicos en Uganda. Por desgracia, me volví alérgico a los materiales utilizados en la fábrica y tuve que dejar mi trabajo. Pero no me rendí y compré un pequeño quiosco para vender comida a los transeúntes de mi barrio. Todo iba bien hasta que un día, cuando buscaba otras oportunidades de ingresos, fui atrapada por una agencia que me ofreció un trabajo en Medio Oriente. Pensé que había encontrado una oportunidad única, pero me convertí en una víctima de la esclavitud doméstica. 

Trabajé sin descanso y no recibí ni comida ni compensación. Todo lo que podía pensar era en escapar de esta terrible situación. Durante un primer intento de fuga, fui violada por un taxista al que había pedido ayuda. Pero la desesperación me hizo huir de nuevo y, por suerte, alguien decidió ayudarme y me acompañó a la embajada de Uganda en el país donde me encontraba. Fue el comienzo de una nueva vida: llegué a una casa de religiosas que me acogieron y cuidaron; me dieron comida, ropa, dignidad...

Un día pregunté a las hermanas si era posible volver a casa; a menudo pensaba en lo feliz que había sido como propietaria de aquel pequeño quiosco unos años antes. Las hermanas me ayudaron a conseguir los documentos y a ponerme en contacto con mi país de origen. Hoy vivo en Uganda y las hermanas de Talitha Kum en Uganda siguen ayudándome en mi reinserción social y profesional. 

 

Según información de Amnesty International 2019, gran parte de los trabajadores domésticos migrantes  en Medio Oriente proceden de países africanos y asiáticos. La gran mayoría de estos trabajadores son mujeres. Los trabajadores domésticos migrantes son víctimas del sistema de kafala, un sistema que aumenta el riesgo de ser sometidos a la explotación laboral, al trabajo forzado y a la trata de personas, y los deja con pocas perspectivas de compensación.